
Con el derrocamiento
de Isabel II en 1868 se abre en España un período político sumamente inestable,
y en un corto espacio de tiempo nos encontramos con sucesos tan diversos como
el reinado de Amadeo I de Saboya y la proclamación de la Primera República Española.
Tratando de poner freno a tanto desaguisado político, el general Arsenio
Martínez Campos proclama rey de España a Alfonso XII en diciembre de 1874 en un
pronunciamiento que tuvo lugar en Sagunto (Valencia). Con esta Restauración
Borbónica esperaban lograr, al menos, una mayor estabilidad en los sucesivos
Gobiernos.
Y así fue
efectivamente. Los Gobiernos eran mucho más estables pero, a cambió, creció
desmesuradamente la oligarquía y aumentó sin tasa el número de los caciques locales. La culpa de esto hay que achacársela
al sistema ideado por Antonio Cánovas del Castillo, líder del Partido
Conservador para alternarse en el poder con el Partido Liberal que encabezaba
Práxedes Mateo Sagasta. Sin el menor rubor, y antes de que las elecciones
tuvieran lugar, pactaban descaradamente los distritos electorales en los que
ganaría cada uno de ellos, sin dejar opción alguna a las demás opciones
políticas.
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Era Antonio Cánovas
del Castillo el que llevaba la voz cantante y sus directrices, excesivamente
conservadoras, además de perjudicar el desarrollo normal de la democracia en
España, incidían perniciosamente sobre los territorios de ultramar. Buena
prueba de ello es que, como consecuencia de su desastrosa política, se
independizaron Cuba, Puerto Rico y Filipinas en el fatídico año de 1898. Por si
fuera esto poco, no mucho después de esa fecha, se procede a la venta a
Alemania de las islas Marianas y Carolinas que teníamos en el Pacífico.

Y fueron precisamente
los literatos y los filósofos o pensadores españoles más importantes del
momento, los primeros en desilusionarse y, a partir de entonces, dejaron
traslucir su enorme desmoralización y su pesimismo en todos sus escritos. Surge
así la llamada “Generación del 98”, integrada, entre otros, por escritores
de la talla de Miguel de Unamuno, Pio Baroja, Antonio Machado, Ramiro de
Maeztu, Ramón María del Valle-Inclán y José Martínez Ruiz, más conocido por el
seudónimo “Azorín”.
De todos los
escritores de la Generación del 98, quizás sea Unamuno el más afectado por ese
ambiente de fracaso político y cultural que culminó en el Desastre del 98. Y
por eso se enfrenta con vehemencia a la cruda realidad. Busca desesperadamente
poner remedio a tan dramática situación para devolver a España el prestigio
internacional perdido recientemente. En un principio piensa que se resuelve
favorablemente la situación acercando España a Europa. Es por lo que clama con
todas sus fuerzas aquel “¡Muera don Quijote!”, para no tener trabas para
europeizar a España.
Más tarde reflexiona y
piensa que, dada la riqueza de la cultura española, tal como se refleja en el
arte, en la lengua y en las costumbres tradicionales, para europeizar a España,
hay que españolizar previamente a Europa. Dicho con palabras del propio
Unamuno, no podremos digerir la parte de espíritu europeo que pueda hacerse
espíritu nuestro, mientras no nos impongamos espiritualmente a Europa. Primero
tenemos que españolizar a Europa, haciéndole tragar lo nuestro para así poder
recibir lo suyo.
Los recelos y las
desconfianzas que sentía Miguel de Unamuno hacia todo lo europeo, dio lugar a
una interesante pelotera dialéctica con Ortega y Gasset, europeísta convencido
y miembro destacado de la Generación de 1914. En la correspondencia privada, se
trataban con exquisita cortesía. Como mucho, algún exabrupto de Unamuno, pero
nada más. Es en los escritos públicos, donde se llaman de todo. Ortega dice de
Unamuno que es un “morabito máximo que, entre las piedras reverberantes de
Salamanca, inicia una tórrida juventud hacia el energumenismo".
Miguel de Unamuno, que
no entiende el espíritu laico y europeo predicado por Ortega, llamaba a éste
pedante, don Fulgencio en Maburg y, por dar preferencia a Descartes sobre San
Juan de la Cruz, le tildaba de papanatas. Y lleno de resentimiento hacia Europa
escribía en una de sus cartas dirigidas a Ortega: "yo me voy sintiendo
furiosamente anti-europeo. ¿Qué ellos inventan cosas? Invéntenlas. La luz
eléctrica alumbra aquí tan bien como donde se inventó".
Pasa ahora algo
parecido con el ministro de Educación, Cultura y Deporte José Ignacio Wert.
Pero la pretensión del ministro de españolizar a los estudiantes catalanes ha
tenido muchos más antagonistas que la de Miguel de Unamuno. Son muchos los que
han salido en tromba contra el ministro de Educación por pretender
“españolizar” a los alumnos catalanes que sistemáticamente vienen siendo
“catalanizados” por las autoridades académicas de Cataluña. Era previsible que
los nacionalistas se lanzaran rabiosamente a su yugular, pero no así los
socialistas que pretenden ser un partido de ámbito nacional.
La película se
desarrolló así. El pasado día 10 de octubre el diputado del PSOE, Francesc
Vallés, pregunta al ministro José Ignacio Wert si considera que el crecimiento
actual del independentismo en Cataluña tiene algo que ver con su sistema
educativo. La respuesta del ministro de Educación no pudo ser más rotunda y
concluyente: “la señora Rigau, que no es de su partido, que es de Convergencia,
ha dicho el otro día que nuestro interés es españolizar a los alumnos
catalanes. Lo dijo, y no con ánimo de elogio. Pues sí, nuestro interés es
españolizar a los alumnos catalanes y que se sientan tan orgullosos de ser
españoles como de ser catalanes y que tengan la capacidad de tener una vivencia
equilibrada de esas dos identidades porque las dos les enriquecen y les
fortalecen”.
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Este problema hubiera
quedado resuelto, si el propio José Ignacio Wert, y el Gobierno del que forma
parte, hubieran exigido a la Generalidad cumplir terminantemente las sentencias
dictadas por el Tribunal Supremo y por el Constitucional que son obviadas
sistemáticamente. Fue Jordi Pujol el que, ante la pasividad culpable de los distintos
Gobiernos, ideo ese proyecto uniformador de las juventudes catalanas,
utilizando maliciosamente el lenguaje. Se comenzó en los años 80 implantando de
una manera progresiva la inmersión lingüística escolar. Pocos años después, el
español había sido totalmente desterrado de las aulas catalanas.

Como son ya varios los
Gobiernos de España que han venido dando cuerda al nacionalismo catalán, estos
se sienten muy crecidos y es normal que respondan así a las palabras del
ministro de Educación. Pero choca enormemente el tremendo enfado de los
socialistas. Llegaron tan lejos, que trataron de reprobar al ministro por
afirmar que el interés del Gobierno es "españolizar a los alumnos
catalanes", que es algo que debió haber hecho ya el Gobierno anterior. Dice
Soraya Rodríguez que el ministro debe dimitir porque, “está claramente
desautorizado para seguir siendo ministro de Educación y Cultura". Y
agrega que las palabras de Wert "reproducen la peor derecha, la
totalitaria, la que todos queremos olvidar".
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Gijón, 15 de noviembre
de 2012 José Luis Valladares Fernández
Nota del que lleva como puede esta bitácora:
1.- La libertad pica mucho a los
fascistas…. Y esta ley tiene mucho de
libertad….
2.- Los catalibanes hacen como
siempre… TERGIVERSAR: es un borrador, se tiene que hablar con los
partidos políticos, se tiene que hablar con los sindicatos, se tiene que llevar
al Parlamento… y se añadirán cosas y se
quitarán cosas… en vez de hablar y
negociar, algunos lanzan a sus cachorros a la calle (yo apelo a la historia y me recuerda
muchísimo a la Alemania pre-nazi… y a la
España Franquista).

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