Cataluña-España: ensayo histórico contra las mentiras nacionalistas
http://pensarhispanico.blogspot.com.es/2013/02/cataluna-espana-ensayo-historico-contra.html¡Cuán diferente nos dejáis la historia! (Quevedo)

Al
margen de lo que opinemos sobre la conveniencia o no de la independencia, cabe
hacer algunas indagaciones sobre el discurso independentista catalán que lleva
propagándose por toda Cataluña desde principios del siglo XX. Discurso que, hay
que tenerlo bien presente, es esgrimido por el actual gobierno autonómico.
Vaya
por delante, empero, que lo que aquí sigue no es en modo alguno ningún tipo de
ataque a Cataluña, cuya lengua es preciosa y su cultura vasta, rica y preciosa.
El objetivo es refutar ciertos preceptos del discurso independentista como
primer paso del resurgimiento de la pasión española a todos aquellos catalanes
que la han perdido o la están perdiendo. Porque el mayor sueño que puede
alcanzar un español (incluídos los catalanes) no es una lucha entre Don Quijote
y Tirant lo Blanc (1), sino ambos dándose la mano al pie del Canigó (2).
El discurso
independentista sigue con la idea según la cual Cataluña era un pueblo soberano
hasta el año 1714 cuando, el 11 de septiembre, las tropas de Felipe V entran en
Barcelona y las libertades de Cataluña quedan abolidas. Esta es, sin ninguna
duda, la peor y más discutible falacia histórica del independentismo catalán.
En primer lugar, esa Cataluña libre que se reivindica no era soberana, sino que
era un Principado (1) insertado en la Corona de Aragón y, por lo tanto, bajo
jurisdicción de un monarca que no era exclusivamente rey de Cataluña. En
segundo lugar, estas supuestas libertades de Cataluña eran un sistema de fueros
que favorecían a las oligarquías urbanas y a los estamentos privilegiados en
detrimento de las masas laboriosas catalanas. Las dificultades con que la
Monarquía se encontraba a la hora de gobernar los reinos catalano-aragoneses (5)
no era un síntoma de avance social, más bien lo contrario. Jaume Sobrequés
habla de “todos los vicios de la intransigencia, la agresividad, a menudo
gratuita, el egoísmo, la insolidaridad y la estupidez política que
caracterizaba a la mayor parte de los estamentos privilegiados (…). La
monarquía tenía una visión mucho más generosa y progresista del país que los
miembros de las Cortes”[5][5]. Hay documentación
que acredita el hecho de que el pueblo catalán consideraba la Generalitat como un atajo de
aprovechados despóticos que defendían sus intereses particulares[6][6], debido, entre otras
cosas, a hechos como este: “Cuando Juan II (1458-1479) quiere retomar la
política filocampesina y recuperar alguna autoridad, aprovechando el triunfo de
los menestrales barceloneses de la busca
y el levantamiento de los payeses de remensa contra sus señores, se encuentran
con una sublevación de las oligarquía catalanas, que le destronan, ofrecen la
soberanía sobre el Principado a Enrique IV de Castilla y a otros príncipes, y
ponen en pie de guerra un ejército para marchar simultáneamente contra el rey y
los campesinos”[7][7]. Así, lo que se
perdió en 1714 no fueron las libertades de Cataluña, sino los privilegios de
una minoría. La idea de que los reinos de la Corona de Aragón (especialmente el
Principado de Cataluña) poseían unos sistemas semi-democráticos avanzados para
la época y que contrastaban con el autoritarismo (por otra parte, muy marcado)
de la Corona de Castilla es absolutamente falsa: Castilla estaba siguiendo la
misma evolución que el resto de Estados europeos, esto es, la sustitución del
feudalismo por las monarquías absolutistas que, en esa época, eran las
portadoras del progreso y de una mayor Justicia (lo cual no significa,
obviamente, que fueran la panacea a todas las injusticias, ¡ni mucho menos!).
Efectivamente, a partir de 1714, las oligarquías y clases dominantes de
Cataluña perdieron sus privilegios (entre otros, el derecho de matar a sus
vasallos), y se implantó una política fiscal más justa, al imponer tributos
sobre las rentas a todos los individuos y a todos los estamentos, aunque, hay
que decirlo, los estamentos privilegiados seguían teniendo privilegios a pesar
de la voluntad de la monarquía hispánica de abolir tales privilegios. Desde
pequeños, a los catalanes nos han enseñado que las instituciones democráticas
catalanas (¡democracia en la Edad medieval!) fueron abolidas y sustituidas por
las instituciones autoritarias y retrógadas de Castilla, cuando la realidad es
que “el rasgo más positivo de las instituciones medievales castellanas era la
limitación que imponían a la servidumbre (…). A pesar del creciente dominio de
la aristocracia, por lo menos jurídicamente los campesinos de Castilla eran más
libres que en otros lugares”[8][8]. Contra la visión del
nacionalismo catalán que contrapone unas Cortes catalano-aragonesas (6)
semidemocráticas a unas cortes castellanas autoritarias y opresivas se alza el
hecho histórico: “se habría conseguido que el reino de Castilla fuera muy
receptivo a las demandas de la corona, y después de 1538 sus Cortes eran el
único Parlamento europeo cuyos miembros sólo procedían del tercer estado.
Contaba con instituciones fiscales y judiciales relativamente eficientes, y
también con una aristocracia en general preparada para cooperar con la corona.
En ello contrastaba enormemente con las complejas y anquilosadas estructuras
constitucionales de los principados de Aragón, profundamente elitistas y opresivas,
y nada dispuestas a abonar nuevos impuestos y ni siquiera a contribuir a la
defensa común”[9][9]. Efectivamente, “en
los últimos siglos medievales [la Corona de Aragón] basculó enormemente hacia
una rígida refeudalización que fue debilitando cada vez más el poder regio”[10][10]. Huelga decir que una
refeudalización en los siglos bajomedievales no puede ser considerado un
progreso, sino más bien lo contrario. Obviamente, hoy en día sería ridículo
juzgar la monarquía de corte absolutista que se estaba gestando en Castilla,
con los parámetros políticos actuales, de progresista. Pero hay que recordar,
aun a riesgo de ser tediosos, que en esa época representaba el progreso, y
permitió dar pasos hacia la modernidad. Y esto es uno de los factores más
importantes del predominio de Castilla por encima de los reinos y principados
aragoneses: “los reinos aragoneses, dominados por oligarquías encastilladas en
sus intrincados sistemas constitucionales, con una monarquía cada vez más debil
y asentados en opresivass estructuras sociales propensas a generar convulsiones
y conflictos internos, se habían estancado políticamente. En comparación,
llegado el siglo XV, la monarquía castellana era políticamente más fuerte y
había desarrollado una estructura institucional cada vez más imponente que
extendía la administración real y sus leyes, lo cual la convirtió durante un
tiempo en una de las monarquías europeas más modernas”[11][11]. Ya los Reyes
Católicos (como sus sucesores) tenían muy claro cuál era la tarea y los ideales
del rey: “creían en la justicia social, en la buena monarquía, que debía
proteger al débil y humillar al soberbio”[12][12]. Claro está que este ideal no siempre
se cumplía en la práctica. Mas era el ideal progresista de la época, frente al
anquilosado ideal de la Generalitat
de aquél entonces. No hay que olvidar hechos como la promulgación del rey
Fernando el Católico conocida como la Sentencia
de Guadalupe, toda una conquista social para el pueblo laborioso catalán y
que supuso un paso adelante hacia la abolición del feudalismo en Cataluña, pues
libraba a los campesinos de los seis malos usos y les aseguraba su pedacito de
tierra, así como la libertad de permanecer en ella o marcharse sin la necesidad
del consentimiento del señor[13][13].
Las instituciones
feudales catalano-aragonesas (7) eran generadoras de fuertes convulsiones
sociales, como ahora el caso del bandolerismo catalán, que es “un fenómeno
estructural que dimana de las condiciones sociales y políticas. La vigencia de
la guerra privada como derecho de los nobles y los señores es la explicación
más lógica. Señores que medían su poder por el número de vasallos y fieles que
movilizaban para resolver sus diferencias con otros señores, séquitos armados
que no siempre se mantenían dentro de unos límites aceptados. En una palabra,
el bandolerismo es posible porque no existe un poder centralizado fuerte”[14][14]. También J H Elliott
sostiene que, en el siglo XV, “el poder efectivo [de Cataluña] fue cayendo en
manos de la Generalitat. Pero ésta
era el instrumento de una oligarquía cerrada y, aunque esta oligarquía insistía
con creciente vehemencia en el carácter contractual de la constitución
catalana, frente a una monarquía cada vez más autoritaria y cada vez más débil,
se encontró con que su propia autoridad era puesta en entredicho por las clases
inferiores”[15][15]. Esta decadencia del
sistema catalano-aragonés (8) (que, en un principio, siglos antes, podía
considerarse portador de progreso) no es fruto sino de la implacable marcha de
la Historia, que estaba dejando obsoletos a los sistemas de corte feudal, por
mucho que quisieran disfrazarse de pactismo. Esto fue lo que llevó a Cataluña a
la guerra civil de 1462-1467, que enfrentó la Generalitat contra la monarquía,
así como a los terratenientes y nobles (que controlaban la Generalitat) contra
los campesinos desposeídos (organizados, respectivamente, en la Biga y la Busca). Es decir, monarquía y pueblo catalán se unieron contra las
élites dirigentes. La victoria de Juan II significó la derrota de las
oligarquías dominantes pero, aun así, el nuevo rey juró preservar las leyes y
fueros de Cataluña (es decir, los privilegios de las oligarquías y nobleza en
detrimento del pueblo catalán). La misma concepción siguió teniendo, en el
siglo XVI, Felipe II: “pues el pueblo no fue hecho por causa del príncipe, mas
el príncipe instituído a instancia del pueblo”[16][16]. El rey debía defender a su pueblo de
los enemigos del exterior “y dispensar justicia en el interior, ya que la
esencia del buen gobierno residía en el hecho de que fuese un gobierno justo, en el que el rey recompensase al
bueno y castigase al malvado y considerase que todos los hombres, fuese cual
fuese su rango, debían gozar de la posesión inalienable de sus derechos y
propiedades”[17][17]. Si Felipe II y otros
monarcas españoles se castellanizaban
era precisamente porque la constitución castellana favorecía la práctica de ese
ideal, mientras que las constituciones de Aragón, Valencia y Cataluña lo
dificultaban a favor de la nobleza y la aristocracia. La revuelta de Aragón de
1591-1592 se desarrolló en este contexto. Desde la mitad del siglo XVI, las
tensiones entre vasallos y señores en Aragón se habían recrudecido. Los nobles
aragoneses tenían libertad para dar a sus vasallos el trato que quisieran sin
temor a la intervención del monarca y las Cortes de Monzón de 1585 aumentaron
sus ya enormes poderes al decidir que todo vasallo que tomase las armas contra
su señor era autonáticamente reo de muerte. [La única esperanza de los
vasallos] de liberación definitiva parecía residir en el rey. Por consiguiente,
hicieron grandes esfuerzos, durante el siglo XVI, para incorporarse a la
jurisdicción real”[18][18]. Cuando estalló la
guerra civil en el reino de Aragón, el pueblo no hizo caso de los gobernantes
aragoneses para unirse y defender sus fueros y “libertades” (similares a las
del Principado de Cataluña). Así, “los aragoneses no se mostraron inclinados a
ofrecer resistencia a un ejército real que muchos de los campesinos veían
incluso como un ejército de liberación, frente a la opresión aristocrática”[19][19]. Ya hemos comentado,
en la nota 6, el caso de la guerra dels
segadors, pero remarquemos que “si la rebelión escapaba al control del
gobierno, pronto escapó también de las manos de los dirigentes catalanes. En
efecto, junto a la oposición política, que ellos representaban, se estaba
produciendo una revolución social que no podían controlar. Desde el primer
momento, los rebeldes [rechazaron el liderazgo de Barcelona y de su
oligarquía]. Fue esta la rebelión de unos campesinos empobrecidos y sin tierra
contra los campesinos propietarios y los terratenientes aristócratas, de los
desheredados de las ciudades contra las oligarquías urbanas y de los grupos de
los bandoleros reprimidos contra las fuerzas de la ley y el orden. Los líderes
catalanes habían liberado a una fiera auténticamente salvaje y su país no tardó
en ser presa de la guerra civil y de la revolución”[20][20].
Añadir,
además, que fue justamente con la abolición de los fueros catalanes en 1714
cuando Cataluña consolidó la recuperación de la crisis que iba arrastrando
desde los siglos XV y XVI, al derrumbarse las fronteras comerciales con el
resto de España y al poder participar de los beneficios del Imperio[21][21]. Ahora bien, ya se
atisbaron momentos de recuperación anteriormente; no hay que pensar que
Cataluña no fuera capaz de crear riqueza por sí misma[22][22]. De todas formas, es significativo que,
hasta el siglo XIX, no hubo ninguna protesta por la derogación de los fueros.
Es decir, los progresos económicos de Cataluña se dieron en el marco de la
homogeneización política y económica de la nación española. Pero es que,
además, la homogeneización tampoco fue absoluta: “Las estructuras regionales
sólo se derogaron totalmente en Valencia, mientras que Mallorca conservó gran
parte de sus instituciones. Cataluña y Aragón perdieron su abusivo código
penal, pero conservando parte de sus ordenamientos jurídicos”[23][23]. Además, las reformas
borbónicas “fueron beneficiosas desde el punto de vista socioeconómico, porque
pusieron fin a ciertos residuos de feudalismo y en la mayoría de las casos
favorecieron la situación del campesinado. El comercio circulaba con mucha
mayor libertad por el país e Hispanoamérica sería posteriormente abierta, por
primera vez, al comercio de toda España. Cataluña, que perdió gran parte de sus
instituciones propias, también fue la región que más se benefició
económicamente”[24][24].
No
hay que pensar, empero, que Castilla aportó todo lo bueno a la España unificada
primero dinásticamente y, después, nacionalmente. Cataluña y los reinos de la
Corona de Aragón (9) proporcionaron a Castilla “preciosas aportaciones que
ayudaron a llevar a cabo la mayoría de sus nuevas oportunidades. La historia de
España de finales del siglo XV y de principios del XVI iba a consistir en un
continuo y fructífero diaólogo entre la periferia y el centro, entre Aragón y
Castilla (…). [La Corona de Aragón aportó] unas vastas reservas de experiencia
que demostraron ser de un valor inapreciable para la organización y
administración de los territorios recién conquistados”[25][25]. En efecto, Cataluña y los reinos
aragoneses (10) eran muy hábiles en las
tareas administrativas y diplomáticas, lo cual resultaría de un valor
incalculable para las empresas españolas de los siglos XV y XVI. Hubo también
otras aportaciones. Por ejemplo, los reinos catalano-aragoneses (11) aportaron su experiencia colonial y comercial
de la cual Castilla se benefició para la conquista de América. De hecho, todos
los territorios de la península colaboraron de alguna manera en esta empresa[26][26].
Las coronas de
Castilla y Aragón se complementaban mutuamente. España no seria lo que hoy es
de no ser por Castilla; pero tampoco de no ser por Cataluña.
Hay
que recordar, además, que aunque sí es cierto que (lógicamente) los catalanes
tuvieron sentimiento de pertenencia a una comunidad, incluso Patria, catalana,
también se sentían parte de España (lo cual no se contradecía con la hostilidad
hacia Castilla). Esto puede verse tanto en los documentos legados por los
cronistas reales o los propios reyes (incluyendo el famoso Jaume I, que dijo
que luchaba por Dios y por España) como por los literatos de los sucesivos
siglos. Los catalanes, tanto desde los tiempos de la Reconquista como después
de 1714, se consideraban españoles, y desde siempre acometieron las grandes
empresas en connivencia con el resto de España, especialmente a partir de la
época de los Reyes Católicos, si bien hasta el siglo XVIII era algo habitual la
tendencia a poner los propios intereses por encima del bien común, algo que la
revolución liberal palió en buena medida.
Cataluña y el resto de
España siempre colaboraron, pese a puntuales confrontaciones (cosa que no era
rara en la época). Dice el mismo Vicens Vives que, desde el siglo XV, “Cataluña
no fou mai abandonada ni arraconada”[27][27]. En efecto, “el regnat de Ferràn II
comporta un fet importantíssim en la vida de la Corona d’Aragó: la seva
vinculació a la Corona de Castella”. La inicial dispersión espiritual de los
pueblos hispánicos se transformó en “una altra mena d’experiència comunitària,
que es recolzava en el sentit de la mateixa brega contra els musulmans i en la
multiplicació dels contactes culturals i mercantívols (…). A més, sorgí en el
segle XV un fenómen que acabaria de lligar estretament aquestes noves fórmules
de convivència hispànica: l’humanisme. El revifament de la consciència unitària
des del doble punt de vista geogràfic i polític prengué sobre les cendres dels
vells records, tant a Catalunya com a Castella”. Además, por tal que Cataluña y
Aragón pudieran hacer frente a los franceses, “calia comptar amb l’aportació
massiva de les forçes castellanes als Pirineus (…). Molta gent parlava
d’Espanya en referir-se a Catalunya o Castella, indistintament”[28][28]. Pero Vicens Vives no
termina ahí: “respecte dels catalans, la unió monàrquica [dels Reis Catòlics]
no fou gens mal rebuda. Existia el que podriem anomenar un sentiment de
confraternitat envers Castella nascut al caliu de les relacions mercanítvoles.
Bascos i andalusos freqüentaven el port de Barcelona i hi eren els traginers de
la mar. A Barcelona arribaven carregaments de blat andalús en moments de
privació de forments. També es somniava el mercat de Sevilla, on des del segle
XIII una colònia catalana lluitava contra la genovesa en la vida comercial. Per
això és comprensible que els consellers de Barcelona, adreçant-se a les
autoritats sevillanes, encapçaléssin una carta amb l’expressió: Ara que tots som germans (…). Castella
representava llavors per a Catalunya la seguretat i la pau, i els catalans no
vacil·laven a adreçar les cartes a Ferràn II titulant-lo rei d’Espanya (…) sobretot des de la presa de Granada”[29][29]. Así pues, nunca hubo
una confrontación entre Cataluña y España: Cataluña siempre estuvo insertada en
España, se sentía parte de ella y los eventuales roces entre Cataluña y
Castilla (que los hubieron) lo fueron entre estas dos regiones, nunca fueron
luchas de Cataluña contra España, que no era otra cosa que el conjunto de las
regiones y reinos. Baste mencionar la Guerra de la Independencia contra las
tropas napoleónicas, cuando los catalanes fueron los primeros en luchar por la
defensa de “España, del rey y de la Patria”, quitando las banderas francesas y
alzando las banderas españolas en las mismas tierras catalanas[30][30]. González Antón nos
explica diversos episodios a lo largo de los siglos de cómo Cataluña colaboró
con el resto de España y viceversa. Por seguir poniendo ejemplos, en 1891 se
promulga un arancel proteccionista “que permitió a Cataluña consolidarse como
la primera zona industrial española a costa del sacrificio del resto del país”[31][31]; anteriormente, en
1877, se promulgó una Ley de Ferrocarriles, y con el consecuente desarrollo de
la red ferroviaria, “los gobiernos [de España] privilegiaron claramente la
[zona] del Nordeste (Cataluña)”[32][32]. Estos son sólo
algunos ejemplos que indican por qué, a lo largo de los siglos, los catalanes
se han sentido españoles, aunque, obviamente, ha habido tiempos en que estos
sentimientos se resquebrajaron, como en la guerra de 1640-1652. Pero, aun
después de la Guerra dels Segadors,
hubo dirigentes catalanes “tractaven de vincular la pàtria catalana a la nació
espanyola”[33][33].
Es decir, que esta
idea propugnada por el nacionalismo catalán a lo largo de más de siglo y medio
según la cual España lleva trescientos años expoliando a Cataluña es, simple y
llanamente, mentira. ¿Habría sido más rica Cataluña de no haber formado parte
de España? El caso es que Cataluña ha llegado donde ha llegado porque ha
formado parte de España y, pese a quien le pese, desde tiempos antiguos se ha
sentido parte de ella. Y esto, aun en 1861 (y algo más adelante), ningún
catalán lo negaba, como decía el catalán Pons i Fuster: “Som espanyols fins al
darrer sospir, fins a l’últim sacrifici. Més també som catalans; volem ser-ho,
nos gloríem de ser-ho; no podem deixar de ser-ho…Som espanyols per a servir
l’Estat i saber morir, quan convé, per la Reina i sa bandera”[34][34]. El catalanista
Víctor Balaguer, que era firme defensor (como muchos catalanes hasta esa época)
de la inmersión cultural castellano-catalana, por considerarla sumamente
enriquecedora, decía en 1880, durante los Juegos Florales: “[soy] catalán de
corazon y raza.Y al gritar Valencia y Cataluña, pretendo decir siempre Viva España”[35][35]. Hay que señalar también que, desde las
provincias castellanas, había una defensa de las culturas regionales. Esto
queda patente en hechos como el de los Juegos Florales de 1888, en los cuales
la reina regente de España, el presidente Sagasta y el erudito conservador
Menéndez Pelayo pronunciaron discursos en catalán. Menéndez Pelayo, en
concreto, hizo una apasionada defensa de la lengua catalana y expresaba su
admiración hacia aquellos literatos catalanes que escribían en su lengua
materna. ¿Esto es genocidio lingüístico y cultural?
Este es el espíritu de
todos los catalanes hasta bien entrado el siglo XX. El rencor hacia España y
las posiciones embrionariamente independentistas no nacen hasta finales del
XIX, llegando a calar su discurso en las clases populares en el primer tercio
del XX con argumentos, como estamos viendo, falaces. De todas formas, lo que
interesa aquí es dejar constancia que este maniqueismo Cataluña/Castilla-España
no fue sentido por los catalanes a lo largo de la historia, y que “el catalanismo político era una cosa
misérrima cuando en la primavera de 1893 inicié mi actuación, escribe
Cambó. En su Resum d’història del
catalanisme, Rovira corrobora que “había unos cuantos catalanistas en
Barcelona y algunos otros escampados por las comarcas. Se podían contar. Muchas
villas tenían un solo catalanista; otras ninguno”.[36][36]
¿Y
los famosos Decretos de Nueva Planta? ¡Ah, los Decretos de Nueva Planta! El
historiador catalanista Vicens Vives señaló que el Decreto de Nuevo Planta
significó un desescombro y que hecho abajo un régimen arcaico y anquilosado de
fueros y privilegios[37][37], y Voltes Bou dice:
“el derecho y la lengua no sufrieron entonces especiales agresiones. (…) [se
puso coto] al imperio absoluto que señores de neto estilo feudal ejercían en
extensas porciones del suelo catalán”[38][38]. La Nueva Planta no sólo no supuso una
marginación para la lengua catalana, puesto que lo único que hacía era imponer
el castellano en las Audiencias Reales, no a costa del catalán, sino del latín
(“mientras en los demás tribunales se podría seguir empleando el
catalán-valenciano”[39][39]), sino que benefició
al conjunto de la sociedad catalana, como hemos mencionado antes. Y, en efecto,
la gente de la calle siguió hablando catalán, y los literatos catalanes tenían
plena libertad de escribir sus obras en catalán. El castellano, empero, había penetrado
en Cataluña. ¡Pero es que había penetrado mucho antes, debido al impresionante
empuje y perfeccionamiento del castellano ya desde el siglo XV! Muchos
literatos catalanes, y hay textos que lo acreditan, preferían el castellano a
su lengua materna. Nunca hubo una imposición social del castellano (aunque sí
se promovió su conocimiento por toda la nación), sino que se usaba –fuera de
las Reales Audiencias- por decisión propia y libre de los catalanes cultos[40][40]. Tampoco hubo nunca
jamás una prohibición del catalán, pues el Decreto sólo imponía la
normalización del castellano en tierras catalanas[41][41].
Desde
1714, se empezó a construir el Estado nacional español, con las ya mencionadas
ventajas para Cataluña y otras tierras. El Absolutismo, si bien introdujo
progresos sociales y políticos, no pudo desembarzarse de los nobles y oligarcas
contra los que luchó ya desde los tiempos de los Reyes Católicos, y fueron los
liberales los que continuaron la tarea de construcción de un Estado nacional,
con la colaboración, una vez más, de todas los reinos (ahora llamados
Provincias), incluída Cataluña. El historiador catalanista Ferràn Soldevila
reconoce, en la III parte de su Història
de Catalunya, que la Junta General de Cataluña se manifiesta desde el
primer momento radicalmente a favor de la unidad legislativa nacional: el
catalán Solsona profirió: “La igualdad es el distintivo de la justicia. Así que
la razón exige que todos se gobiernen por unas mismas leyes”[42][42].
Debemos
recuperar una unidad histórica, espiritual y sincera, e imprimirla en el
espíritu de todos los españoles, animado con un ánimo de cooperación, retomando
el espíritu nacional de la Constitución de 1812 que, en Cádiz, consiguió
empezar a enterrar efectivamente las hostilidades entre Cataluña y Castilla
Ahora bien, dicho espíritu globalizador inclusivo ya se daba desde hacía siglos
por parte, incluso, de catalanes, que aun después de la guerra dels segadors “tractaven de vincular la pàtria catalana a la
nació espanyola”[43][43]. La pluralidad cultural
de España es una de las mejores bazas de nuestra patria. No la perdamos en
anacrónicas hostilidades, y recordemos siempre que España no seria lo que es
hoy sin Cataluña; Cataluña tampoco seria lo que es hoy sin el resto de España.
Y no sólo cabe cooperar en el plano económico y político; también en el
cultural. Hay que tender hacia la universalización peninsular de las culturas
españolas: conseguir que madrileós, extremeós, andaluces, etc disfruten de la
literatura catalana, dels castellers
i els bastoners, así como que todos
los catalanes lleguen a emocionarse con las coplas o a sentir el Quijote como
algo no sólo castellano, sino también suyo. Debe llegar el día que Cataluña
entera grite ¡Visca Espanya!; debe llegar el día que toda España grite ¡Viva Cataluña!
¡Vivan todas las tierras de España!
[1] Maravall dice: “no es necesario,
ciertamente, esperar a la influencia en España de la invasión sarracena para
que la cultura española aparezca marcada, en relación con la de los otros
pueblos, por un sello de peculiaridad cuya revelación produce en los demás una
impresión de extrañeza” MARAVALL, JOSÉ ANTONIO (1964) El concepto de España en la Edad Media, Madrid, P 158
[2] GONZÁLEZ ANTÓN, LUIS (2007) España y las españas, Ed. Alianza, pp
106-110 y 114-122 Algunos ejemplos: el catalán Turell dice: “molta obligació es
posada als cavallers e homens de honra saber son principi e.l de sa patria”. El
mismo Turell y el también catalán Tomich dicen: “La religión cristiana fue
expulsada de nuestra patria, invadiendo España la impiedad de los ismaelitas,
las sedes destruidas, cautivadas de la patria”. Estos textos, como muestran
ANTÓN y DOMÍNGUEZ ORTIZ en su libro España.
Tres milenios de historia, son una constante en todo el período medieval, y
siguen hasta bien avanzada la Edad Moderna.
[3] BALCELLS, ALBERT (2004) Breve historia del nacionalismo catalán,
Ed. Alianza, pp 12-13
[4] “En la Cataluña en ciernes la
conciencia de continuidad estaba tan arraigada como en Asturias y así se
proclamaba a veces enfáticamente, ya que al principio era frecuente que los
miembros de la élite catalana se consideraran gothi” PAYNE, STANLEY G (2009) España.
Una historia única, Ed. Temas de hoy, P 136
[5] SOBREQUÉS CALLICÓ, JAUME (1991) El pactisme en l’origen de la crisi política
catalana: les corts de Barcelona de 1413, en Les Corts à Catalunya (Actes del Congrés d’història institucional),
Barcelona, pp 79-85
[6] Significativamente, els segadors de 1640, que protestaban no
sólo por los abusos de las tropas sino también contra los abusos de las
oligarquías que dominaban Cataluña merced a las abusivas e injustas
instituciones de origen medieval, se alzaron al grito de “Visca el rei
d’Espanya!” Ver GONZÁLEZ ANTÓN, op.
Citada, pp 259-273 y ANTONI SIMÓN I TARRÉS (2005) Construccions polítiques i identitats nacionals. Catalunya i els
orígens de l’estat modern espanyol, Ed. Abadia de Montserrat, pp 221-222.
Ver también VACA DE OSMA, JOSÉ ANTONIO (2004) El Imperio y la leyenda negra, Ed. Rialp, P 139, donde también
dice: “Historiadores como Reglá y Jover dicen que aquellas jornadas fueron de
carácter social, antiburgués, antiaristocrático, pero en modo alguno de
carácter secesionista”. En efecto, la rebelión contra Espanya fue realizada más
por las élites y oligarquías dominantes que por el pueblo catalán. Payne
también apunta hacia esa dirección: “Los conflictos separatistas que estallaron
en Portugal y Cataluña en 1640 no fueron en ningún caso luchas patrióticas
concertadas, ya que ambos comportaban procesos de guerra civil interna” PAYNE,
STANLEY G op. citada, P 171.
Hay que tener en cuenta, además, que los
conflictos entre soldados y campesinos no se limitaba a los soldados
castellanos y los campesinos catalanes; era un problema global fruto de las
diferencias y distanciamientos por razón de jerarquía y estamento que el
liberalismo barrería siglos después. Ver J H ELLIOTT (1972) La España imperial. 1469- 1716, Ed.
Vicens Vives, P 320
Ahora bien, tampoco hay que ver 1640
como un episodio que nada tiene que ver con un conflicto entre Cataluña y
Castilla, pues es obvio que representa una clásica rivalidad que oscureció las
relaciones interespañolas a lo largo de los siglos bajomedievales y
altomodernos, que cristalizaron en dicha revuelta. Ver SIMÓN I TARRÉS, op. citada, pp 203-398 y ELLIOTT, op. citada, pp 371-380. También es
cierto que, después de la revuelta de 1640, los catalanes y aragoneses se
interesaron más por las cuestiones globales hispánicas, interés promovido por
la inclusión de catalanes (y de individuos del resto de provincias) en el
Gobierno español. Ver ELLIOTT, op. citada,
P 392 y pp 403-404
[7] GONZÁLEZ ANTÓN, op. citada, P 166
[8] PAYNE, op. citada, P 156
[9] Ibidem, P 171
[10] Ibidem, P 158
[11] Ibidem, P 163
[12] ELLIOTT, op. citada, P 77
[13] Ibidem, pp 81-82
[14] JESÚS BRAVO, Polarización y tensiones sociales, en VVAA (2004) Historia de España en la Edad Moderna
(Aldredo Floristán coord.), Editorial Ariel, P 429
[15] ELLIOTT, op. citada, P 35
[16] Instrucciones del Felipe II al virrey
de Nápoles en 1558, citado por ELLIOTT en op.
citada, P 269
[17] ELLIOTT, op. citada, pp 269-270
[18] Ibidem, pp 301-302
[19] Ibidem, pp 305-306
[20] JOHN LYNCH (2000) Los Austrias, Ed. Crítica, P 533
[21] González Anton dice: “Los decretos de
1757 y 1756 sobre libre circulación de granos y otras mercancías supusieron
ventajas inmediatas, sobretodo para las zonas mediterráneas; en Cataluña, la
mejora de las condiciones de vida de los payeses por la desaparición de los
viejos fueros dio como resultado explotaciones agrarias mucho más dinámicas,
animadas por la ampliación del mercado”. Op.
Citada, P 313
[22] “La lenta recuperación de Caaluña [en
el siglo XVII] (…) fue el preludio de la más importante transformación
económica en la historia moderna de España. El dominio económico de España se
desplazaba del centro hacia la periferia”. ELLIOTT, op. citada, P 403
[23] PAYNE, op. citada, pp 211-212
[24] PAYNE, op. citada, P 212
[25] ELLIOTT, op. citada, P 40
[26] Ibidem, pp 53-54
[27] VICENS VIVES, JAUME (1988) Els trastámares. Segle XV, Editorial
Vicens-Vives, P 237
[28] Ibidem, pp 234-235
[29] Ibidem, P 238
[30] Ver GONZÁLEZ ANTÓN, op. citada, pp 335-336
[31] GONZÁLEZ ANTÓN, op. citada,P 392
[32] Ibidem, P 393
[33] SIMÓN I TARRÉS, op. citada, P 367
[34] Citado por GONZÁLEZ ANTÓN, op. citada, P 376
[35] Citado por GONZÁLEZ ANTÓN, op. citada, P 418 (nota 20)
[36] Citado por CAPDEFERRO, Otra historia de Cataluña, P 487
[37] GONZÁLEZ ANTÓN, op. citada, P 291
[38] VOLTES (1991) Felipe V, fundador de la España Contemporánea, Ed. Espasa Calpe, P
80
[39] GONZÁLEZ ANTÓN, op. citada, P 310
[40] Ver GONZÁLEZ ANTÓN, op. citada, pp 310-312
[41] Ver FERRAN SOLDEVILA (1995) Historia de España. Volumen II, Ed.
Crítica, P 442
[42] Citado por GONZÁLEZ ANTÓN en op. citada, P 344
[43] SIMÓN I TARRÉS, op. citada, P 367
===================Nota del que organiza esta bitácora: Maravilloso ensayo… ¡sin palabras!.
Es obligada una lectura profunda… ¡pero merece la pena!. No se pierde el tiempo leyendo el
ensayo… ¡se gana libertad! (porque
libertad es conocimiento).
Este texto está “cogido” directamente de la página de
“Dasein”… me he tomado el atrevemiento
de hacerlo. Si existe algún problema en
esta “copia”… Dasein sabe encontrarme. Mi más sincero agradecimiento a Dasein
por este ensayo (y por más…): vivimos en la época del consumismo (nos
guste o no) y una de sus bases es la publicidad… ¡debe promocionarse este ensayo!.
Añado (atrevido que soy) estas “correcciones” al texto de
Dasein (y que me perdone si estoy equivocado o le molesto sobre todo porque ya me gustaría a mí ser capaz de haber elaborado este ensayo):
(1)
Tirant lo Blanch es de Joanot Martorell…
valenciano. Escribió en lengua valenciana.
(2)
El Canigó…
está en Francia. Es francés.
(3)
Girona… cuando se está escribiendo en español
(castellano) es Gerona.
(4)
Catalán… es muy discutible ese término en esa época.
(5)
(6) (7) (8)
No es correcto hacer referencias “catalano-aragonesas”… es, simplemente,
“Corona de Aragón”.
(9) (10)
Bajo mi punto de vista es algo ambigua la frase… se ha de tener claro
que Cataluña era parte -un trozo- de la “Corona de Aragón”.
(11) Reinos catalano-aragones…. ¡NO EXISTEN!.
Es una intoxicación (ya muy introducida) de la tergiversación histórica
de los nacionalistas. Simplemente es “Corona
de Aragón” o, si se quiere, los Reinos de Aragón (Aragón, Valencia, Mallorca) y
el Pincipado de Cataluña.
Respecto al Principado de
Cataluña decir que era un Principado muy “sui géneris” dado que era un
Principado… ¡sin príncipe!...
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